Por Guillermo Cifuentes
“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”, Albert Einstein
Sacar conclusiones o adivinar escenarios en la crisis provocada por el reconocimiento del pago de sobornos no es fácil, pero la dificultad no es tanta como para impedir que intentemos destacar lo que la crisis va dejando a la intemperie. Lo bueno es que cada día es más lo que se ve que lo que no se ve.
Lo primero evidenciado es un tipo de crisis que con frecuencia no llama la atención y que podríamos denominar la crisis de las vocaciones.
El hecho de que muchos actores terminen enredándose y ejerciendo oficios que parecían no tener, desconociendo el llamado (vocare), es causa de confusión y de censura por parte de la sociedad y muchas de sus consecuencias pueden apreciarse con el conocido llamado a “coordinar”.
Vea usted al sacerdote (cuya vocación es un “llamado a anunciar la novedad de Dios”) renunciando al consejo de una empresa no precisamente evangelizadora, participando en acciones propias de los laicos y deambulando por el mundo del dios mercurio como oveja sin pastor. ¿No habrá un obispo responsable de rectificar y evitar los numerosos recuerdos en la marcha a un personaje cuyo oficio merece mejor suerte?.
La crisis vocacional de comunicadores y periodistas también ha sido puesta en evidencia. Lo que es seguro es que la Comisión de ética del Colegio de Periodistas debería tomar algunas medidas de protección pública de manera que los que con alguna frecuencia vemos televisión, escuchamos radio o leemos los periódicos sepamos si quien nos informa lo hace como un profesional o como relacionista público de algún organismo gubernamental o de un banco.
Hace unos días me pareció que la cosa ya ha pasado de rojo a morado oscuro cuando cambiando canales me tropecé con un dirigente político entrevistado por un miembro de “la Comisión” y la vocera de la Junta Central Electoral. Hay algo en esto que no le conviene a la democracia y que tiene que ver con la libertad de prensa y el derecho a la información. Una buena ayuda sería que junto con el nombre de quien entrevista o escribe aparecieran sus cargos, especialmente si se trata de ocupaciones financiadas con recursos públicos.
Una lista no exhaustiva de quienes sufren crisis vocacional se completa con empresarios dedicados a la política, políticos dedicados a empresarios, constitucionalistas metidos a funcionarios.
Ya dijo Martí que en la hora de los hornos no se ha de ver más que luz: la primera ganancia del terremoto provocado por la confesión de Odebrecht en Estados Unidos, es que la oferta de pago del “duplo”, sin los nombres de los sobornados, no es más que pagar (y recibir) el soborno por segunda vez.
No tengo idea de qué pasaba por la cabeza de cada uno de los asistentes a la marcha del pasado domingo en término de estrategias políticas, eso le toca ahora a los dirigentes políticos, pero lo que sí me queda claro es que “El borrón y cuenta nueva” no es para nada popular.
De las enseñanzas de la crisis vuelven a confirmarse viejas sospechas. “La Comisión”, como lo denunció uno de los voceros de los cívicos, no está entre las atribuciones del Poder Ejecutivo: fiscalizar e investigar le corresponde al Poder Legislativo y sancionar al Poder Judicial.
¿Se acuerdan de la gritería por la institucionalidad? “La Comisión” lo único que ha logrado es darle la puñalada en el corazón a la Iniciativa Democrática (IDEM) pues ahora sus organizaciones estrella son parte de esta creación desinstitucionalizante en la que sus integrantes, para desgracia cívica, tampoco fueron nombrados de acuerdo con los perfiles que la ocasión ameritaba. A lo mejor habría que resucitar el IPAC.
Hacer de la dignidad una rutina no va a resultar fácil, pero para quienes observamos va quedando también en evidencia que muchos asuntos de la historia política reciente deben empezar a ser tratados sin más dilaciones. Y en ese debate la función de los partidos políticos y su necesario protagonismo en todos los procesos de democratización debe ser un tema central. Es cierto que los partidos tienen serios problemas y por eso la democratización no llega, pero no hay un solo proceso de transición medianamente exitoso que no haya sido conducido por partidos políticos, con sus virtudes y sus defectos. La experiencia dominicana no puede seguir alimentándose del desprecio neoliberal de los cívicos, máxime si a la hora de evaluar sus comportamientos debemos reconocer que no tienen mucho que envidiar a los políticos a los que acusan.
“El modelo político de la República Dominicana lo ha contaminado todo” leí hace unos días. Difiero de esa afirmación pues lo que está contaminado es el sistema político.
Contaminado de corrupción, de fraudes electorales, de trujillismo, de balaguerismo. Y es por eso precisamente que está llegando la hora de la política y de los políticos democráticos. No puede haber democracia sin partidos políticos democráticos y República Dominicana es la mejor prueba de esa afirmación.
Tengo la impresión de que quienes sigan haciendo la división entre gobiernistas y opositores siguen detenidos en aquel no tan lejano tiempo cuando defendían la división según los caudillos, haciendo el juego al inmovilismo, a que todo siga igual.
La línea pasa por la superación de la crisis en todos sus aspectos, y por proponer al país un nuevo proyecto político tan plural como la marcha.